Una de las cosas que no cambio del verano, es sin duda, el cambio de horario. Tener luz hasta altas horas del día es un lujo, especialmente a quien como yo se dedica a la fotografía. Los atardeceres son una delicia. Y bueno, también los platos. Es curioso como cambian incluso las recetas que normalmente hemos hecho durante el invierno. Ahora ya apetecen cosas frescas, más ligeras pero igual de ricas. Y si, los días de verano soy una auténtica zombie, pero al atardecer despierto y me puedo zambullir en la cocina a preparar algo rápido pero rico. Me encanta cenar en el balcón, observar el paisaje verde que de repente ha brotado delante de mi y saborear ese silencio tan apacible que contiene la época de estío. Enciendo unas velas, algo de música de fondo y disfrutamos enormemente, casi siempre acompañado con algo fresco, un vinito rosado. Uf! este verano la cosa cambia y me paso a los zumos, pero si tengo que sacar algo positivo de los veranos, sería sin duda sus tardes-noches. Y las ensaladas, ese trampó fresquito, ese pan moreno, o esos quesos variados untados con mermelada de higo, o bien un humus casero de hierbas y limón acompañado de pan pita y un plato de quinoa con calabacín y champiñones.
Gracias verano por tus atardeceres, tus noches a la luz de la vela y tus platos tan coloridos y sabrosos.