Me acompaña casi siempre cuando estoy trabajando y paso largas horas editando frente al ordenador.
Es tan silenciosa… Digo, al entrar en la habitación. Luego es fácil saber que ya se ha subido a la cama. Empieza a ronronear, para luego caer en trance y no parar de roncar.
Así es. Tengo una gatita que ronca muy a menudo. Y eso me hace tanta gracia! Algo que no soporto de Oscar, y eso que sólo respira demasiado fuerte, en cambio me da hasta risa y ternura que lo haga un animal. Y es que creo que tengo alma de animal. Mi empatía con ellos me ha causado mucho dolor, pero el disfrute es aún mayor. Me encanta cuidarlos, mimarlos. Y su compañía, logra ponerme buena después de un día horroroso.
Pero con Mia, esa magia acaba cuando silenciosamente cojo mi cámara y me acerco a ella. Huele la cámara porque es verla y girar la cara. Tengo que hacer mil y unas para que me mire. Y aún así, para mi, es irresistiblemente bella. Me la comería!
Je!!!
Lo mismo hace Aina: cuando ronco yo se enfada, pero cuando lo hace la perrita se ríe.