El mes de diciembre causa el mismo efecto en mí desde hace muchos años. Y es que mi interior se serena y no me castigo tanto por ir «piano piano». De hecho, es de las pocas veces en las que, sin ser religiosa, me envuelve una especie de halo místico. Me siento plena y rica en muchos matices.
Es un mes en el que me recojo con los míos, con mi pareja o más allegados para cocinar, tomar el té, o simplemente para disfrutar de la lectura, escuchar piezas de jazz (como la que suena en este preciso instante), o bien para no hacer absolutamente nada de nada.
Estoy en un momento de pausa en mi fotografía. No estancada. De hecho, creo que mi mente ahora mismo es un hervidero de ideas que son 100% lorena y que cuando estén mucho más maduras y serenas espero hacer realidad. Por ahora me inspiro. En la fotografía de los demás, en sus blogs, en el ambiente de mi pueblo y esa preciosa montaña que lo corona, en la luz del atardecer, en mis madrugones, en esa cafetera que balbucea cada mañana dejando huellas de un aroma increible. Me inspiro en mis nuevas recetas, en las antiguas, en el rostro arrugado y sabio de mi abuela, en la mirada honesta de Oscar, en la ilusión, vaga y algunas veces confusa, que nos devuelve la navidad.
Ahora es tiempo de observar, de empaparme, de escribir, renovar mi creatividad,
de estar poco a poco, en el momento, en el instante preciso,
desde el silencio.