Este fin de semana ha hecho un tiempo maravilloso. Y hemos aprovechado para comer en casa de mis padres. Hacia mucho tiempo que no nos juntábamos todos, y la verdad es que fue bueno volver a recuperar ciertas rutinas. El clima era tan bueno, que decidimos comer en la terraza a pleno sol. A Nico le gustó tanto que permaneció calladito la mayor parte del tiempo, y parte del otro dormido bien a gusto. Y yo disfruté después de muchísimo tiempo de una comida rica: almejas (mi padre las hace espectaculares), gambas a la plancha, chorizo ibérico de la peninsula acompañado de un vino blanco bien fresquito y para terminar un trozo de solomillo con patata al horno. Ah! y de postre, crepes de chocolate. La verdad es que disfruté como nunca. El pueblo estaba precioso y en casa disfrutamos de la conversación y es que, con Nico en nuestras vidas, la vida es mucho más bonita. O al menos lo parece.
Y el domingo, un largo paseo matutino.