Por fin aparezco por mi blog. La verdad es que he estado a punto de dejar este lugar para el 2018 esperando que algo de inspiración venga a mí, pero de todas las cosas que no he llevado a cabo en Navidad, creía que ésta, no tendría que ser una de ellas. Y al fin hago acto de presencia.
La verdad es que estos días se me ha venido a la mente una serie de reflexiones, mi idea era aunarlas aquí, pero desde hace tiempo tengo un serio problema: no consigo que las palabras fluyan como lo hacían antes. Cosa que me hace sentir tremendamente frustrada. No sé explayarme en un lugar en el que sé que tengo total libertad para escribir sobre lo que sea, por muy poco atractivo o superficial que parezca.
Así que llevo meses dejando a mi mente divagar, sin más, aunque mi interior se muera de ganas de poder expresarse.
Llegó la Navidad, este año me parece que ha pasado un suspiro desde que el Verano acabó y Nico comenzó la guardería. Para nosotros un hito importante y necesario en el crecimiento de Nico. Me siento tan afortunada de haber podido dedicar 2 años plenos a mi hijo! pero tampoco teníamos en mente alargar ese cuidado hasta el momento de entrar al colegio. Si hay algo que no me permitiría es hacer un trance difícil, más de lo que ya será de por si solo, el momento de dejar su hogar, aunque sean unas horas, para embarcarse en una experiencia que le vendría de nueva.
Todavía recuerdo mi entrada en el colegio. El miedo, el sentirme de repente desprotegida. Lo pasaba mal pero en cierto modo recuerdo que sabía a lo que me enfrentaba. Había vivido algo parecido en el jardín de infancia que llevaban las monjas en el pueblo. Me daba miedo porque no controlaba ese entorno pero mi interior no nadaba en aguas completamente inexploradas.
La guardería nos ha traído a Nico y a nosotros una mayor libertad. A nosotros para tener nuestro tiempo libre para desarrollarnos, no solo como padres, sino para recuperar a esa persona individual que llevamos dentro, también la profesional. Y a Nico que ya nos pedía, a base de rebeldía, un desapego. No grande, sino el suficiente para SER en otras facetas fuera del ámbito familiar.
Los inicios fueron un pelin duros, especialmente para mi, pero todo ha valido la pena. Adoro levantarme por las mañanas sabiendo que tu hijo no rechista para salir a la guardería. Sino que lo ves más feliz, más extrovertido. Allí aprenden cosas básicas que, por mucho que tú se las muestres y enseñes del mismo modo, en realidad no tienen el mismo impacto para él. Aprenden a ser autónomos. Ya sea por imitación, algo de supervivencia. El caso es que estoy orgullosa de este pre- experiencia que le está ayudando a pasar de bebé a niño de un modo bonito.
En realidad quería hablaros de la Navidad. Una época que no me desagrada y de la que tengo muy buenos recuerdos de la niñez, adolescencia. Es verdad que he tenido épocas. La muerte de un ser querido hace que estas fechas y otras sean un auténtico calvario. Si, también he vivido algún momento así. Pero lo cierto es que esa especie de magia invisible y algo fantasiosa que siempre se ha intentado crear, siempre ha venido a mí, incluso en esos momentos de apatía e indiferencia. Ha venido a mí y me ha salvado.
Me encanta preparar la casa, decorarla, cocinar o preparar recetas típicas de ahora. Me gusta escuchar canciones navideñas, adoro la noche del 24 y el 25 (sin duda nuestro favorito), desde que Oscar y yo nos independizamos, ha ido aumentando en cuanto a rituales, sentimientos agradables. No hacemos algo que no podríamos hacer en otro día cualquiera, seguimos haciéndolo ya sea Navidad o no, pero creamos una atmósfera tan agradable, que ese día es aún más bonito. Abrimos nuestras postales que nunca puede faltarnos haciendo un balance de nuestra relación ese año entero, preparo cosas ricas y hacemos del desayuno una comida, para luego volver a comer a las pocas horas con esa paz interior de que ese día es sagrado y el tiempo se detiene. No relaciono la Navidad con regalos, gastos, aunque es cierto que siempre nos regalamos algo, un detalle que sabemos que nos hace ilusión. Casi siempre consta de un libro. Para nosotros el día de Navidad, nuestro día favorito, es un momento en el que nos permitimos creer. En nosotros, la ilusión del momento. Y nos dejamos llevar ciegamente porque ese día volvemos a sentir las cosas sin ver el lado ni comercial, ni soporífero, ni superficial. Para nosotros no lo es. Qué importa el resto… Que cada uno haga lo que quiera.
Con la llegada de Nico a nuestras vidas, nos prometimos seguir con nuestras tradiciones. De hecho, sabíamos que irían en aumento. Tener un hijo es de repente descubrir que puedes ser capaz de amar a alguien más que a ti mismo y sobre todas las cosas. Y empezar a creer en lo que antes te permitías pasar por alto o no gustarte. Parece una frase hecha, pero ¡oh! ten un hijo y luego me cuentas.(siento este momento que parece pedantería. No lo digo por creer que dispongo de una verdad absoluta por el mero hecho de ser madre, para nada, sino que hace años, yo misma no entendía con exactitud de qué me hablaban cuando explicaban algo así).
Nico nos ha aumentado esas ganas e ilusión. No es que no te quede más remedio y te sientas forzada, es que ver esa carita de felicidad con tan poco, es lo que más cercano a explotarme el corazón he sentido en toda mi vida.
Este año, sin embargo, he caído en picado. Me ha sido difícil seguir con ciertas tradiciones que no quería pasar por alto con Nico en mi vida. No ahora que es cuando más se entera y puede disfrutar.
Y finalmente me he dado cuenta, en medio de una presión absurda que yo misma me creaba, que no pasa nada por saltarme algunos momentos mientras la esencia, esa magia siga intacta. Lo demás es decorado, un decorado bonito pero no tan necesario como si lo es vivir todo con alegría, tranquilidad, armonía.
Este año nos ha pillado Diciembre enfermos. Con un estado físico nada bueno. Una parte de mí insistía en no flaquear, no olvidarme de que pese a lo mal que me encontraba y lo cansada que estaba, la función no debía parar. Era necesaria para hacer de esta Navidad, unos recuerdos inolvidables en su memoria, en los de mi chiquitín.
Enseguida entendí lo absurdo que era mi pensamiento. Todo era una señal. Para parar, respirar y seguir como siempre lo hemos hecho Oscar y yo. Nuestra Navidad perfectamente imperfecta. Diferente al resto, o por lo menos con nuestra manera particular de verla y sentirla.
Este año he dejado el calendario de Adviento a medio hacer, no he hecho galletas con la ayuda de Nico, he disfrutado de hacerlas en soledad y no forzarle en querer hacer algo que en realidad no le apetecía. No hemos decorado la casa con guirnaldas hechas con papel, no hemos visitado los mercados navideños que solemos visitar, ni hemos ido a ver el encendido de la ciudad. Tengo las postales navideñas pero este año no llegarán a tiempo a los destinatarios que tenemos más lejos.
No he capturado con mi cámara momentos que antes ni loca se me hubieran pasado por alto. No hemos hecho muchas cosas que incluso si hice cuando era un bebé. No hemos hecho manualidades, ni paseado para recoger piñas y decorar la casa. No, no lo hemos hecho y aún así lo estamos disfrutando igual o más que si lo hubiera hecho.
En cambio he respetado ese parón, nos hemos recuperado, no hemos forzado nada. Hemos seguido con nuestra vida pero ha disfrutado de jugar tarareando canciones navideñas, o contándole la historia de Papa Noel y viendo en su rostro una alegría inmensa, o leyendo algunos cuentos de la época. También hemos merendado las galletas que hice. Y las ha disfrutado muchísimo pidiéndome siempre «ma-ma» (más, más).
Este año no hemos ni necesitado comprarnos un detalle para poner bajo el árbol junto a los regalos de Nico. No, hemos preferido escribirnos una carta de amor, una declaración de intenciones, de mejoras, de agradecimiento. Yo misma tuve la idea de envolverme algunos libros que compré y apenas he ojeado. Para recordarme la abundancia que poseo y que debo valorarla siempre. Este año necesitamos incluso menos que otras veces. Nos basta con poder seguir con nuestros rituales de pasar el día 25 en pijama todo el santo día, de no hacer nada, de comer cosas ricas, de hacer fotos y vídeos de tu hijo abriendo los regalos, de jugar con él y de acostarnos en el sofá viendo pelis navideñas repetidas hasta la saciedad mientras comemos palomitas o galletas. O todo a la vez.
Nuestra Navidad perfectamente imperfecta.
Para los que viven la Navidad o entienden un poquito mi manera de sentirla, para los que la encuentran un día más y carece del sentido que parece que todos nos esmeramos en darle, para todos, sin excepción alguna, os deseo unas Felices Fiestas y un Feliz Día de Navidad.
¿Sabes? Así me siento yo en Adviento, luego la Navidad es una maratón de comidas familiares que espero este año tomármelas con mejor humor. ¡Felices fiestas! ¡Disfrútalas!
Totalmente de acuerdo, cuando hay niños todo se vive más intensamente y recuperamos la ilusión por muchas cosas que ya no tenían tanta importancia para nosotros. Nos esforzamos tanto para que todo sea perfecto que nos olvidamos de disfrutarlo, ellos nos recuerdan que lo perfecto no siempre es lo mejor.
Feliz Navidad!!
No puedo estar más de acuerdo. En casa vivimos con alegría e ilusión desde más o menos principios de Diciembre hasta el 26. Luego todo se convierte en compromisos, fiestas que no sentimos… Pero cada año intento llevarlo de la mejor manera. Un abrazo! (espero que lo hayas llevado bien 🙂 )