Hubo un tiempo no muy lejano, en el cual soñaba con ser cocinera. No he sido una niña comilona, es más, a la edad de 4 años fui ingresada durante una semana por negarme a comer. Y es que no encontraba placer alguno en llevarme algo a la boca. Ni siquiera algo dulce o alguna gomilona. Nada.
Imaginad el papel de mi madre. Ninguno de sus tres hijos se lo ponía fácil. Era más que común pasar los fines de semana hasta altas horas sentada en la silla de la cocina para terminar aquel plato que se nos atragantaba. Mi madre hacia de todo para engañarnos, triturar la verdura, esconder su sabor con otro más apetecible.
Todo fue en vano.
Hasta que un día, no sé bien exactamente a qué edad. 11, 12 años. Estábamos sentados alrededor de la mesa. Mi madre se había cocinado un hervido de patata, judía y col. Recuerdo como el primer día como se servía su plato. Salía un humillo y todo era tan fotogénico que de repente me quedé embobada. Más aún cuando mi madre empezó a aderezarlo con un chorrito de aceite, vinagre y sal. Me pareció bello. Realmente bello.
El colofón final fue cuando se metió en la boca el primer bocado de verduras y se dijo a si misma » umhhmm qué bueno». Hacia tiempo que no había visto en la cara de mi madre tal felicidad, o al menos hasta ese preciso momento.
Se hizo un silencio.
Y entonces dije: » a ver mamá, me lo dejas probar?
Creo que fue la mayor alegría en temas culinarios que le pudo dar alguno de sus tres hijos.
Lo probé.
A partir de entonces para mi la cocina es uno de los mayores placeres que puede existir. Es evidente que sin comer no podemos vivir, pero para mí se ha convertido en tema principal en mi vida. Y es que una parte de mi personalidad no se puede comprender sin una cocina a rebosar de movimiento y olores.
Me gusta invitar a la gente, me siento como pez en el agua y no tengo miedo a la hora de ponerme manos a la obra. Creo que es de las pocas cosas de las que no tengo miedo. Supongo que por ello muchas cosas de las que cocino me salen ricas.
Sin embargo, y a la vez, es uno de esos temas que tengo pendientes. Durante mi adolescencia recopilé muchos libros. Iba ahorrando y cada vez que podía, siempre caía alguno. Pero me falta algo de constancia.
Necesito aprender algo más para mostrarlo. A eso es lo que me refiero. Creo que tengo la materia prima, pero tengo que pulir ciertos aspectos para hacerlo del todo apetecible.
Ahí es donde entra la fotografía y donde debo aprender algo. Siempre lo he postergado, quizás porque necesitaba hacer otra clase de fotografía para ganarme un poco la vida ( retratos, y más retratos).
Creo que ahora es el momento para realizar aquello que tanto me gusta. Y no dedicarle el 10% de mi tiempo, sino el 60%.
Necesito volver a desempolvar esos viejos libros y empezar de cero.
Estaré encantada de mostraros mis avances culinarios…
Precioso recuerdo y la foto… has creado una atmósfera tan real, solo hay que alargar el brazo y empezar a comer.
Me encanta la combinación de foto y relato.
Un abrazo
Me siento tan identificada con lo que explicas… A veces pienso que si mi abuelita estuviera todavía aquí, no se creería que como de todo y con gusto. Cocinar es para mí como jugar, puedes arriesgarte sin perder, al fin y al cabo si el experimento no sale bien, siempre puedes freír un huevo o llamar al pizzero 🙂 Deseando ver tus propuestas 🙂