Nadie me dijo que la vida sería fácil. Fue difícil en mi niñez, como la de muchos niños. No por mi entorno. Creo que, a pesar de tener a unos padres que no se han llevado bien nunca, es cierto que he sido tremendamente feliz. No fue eso, sino mi manera de sentir las cosas, mi sensibilidad extrema desde bien pequeñita, mi curiosidad e intuición e incluso una cantidad de empatía que me convirtió en una niña feliz pero que a la vez sufría muchísimo por cada cosa injusta que veía a su alrededor.
Esa forma de ser me ha marcado mucho. A medida que vas creciendo, es cierto, que no me afectan las mismas cosas, digamos que no con la misma intensidad. Pero lo hacen otras.
Es como si para las demás personas la vida fuera algo que van haciendo sin darse cuenta, mientras que para mi nada pasa inadvertido, todo va a cámara lenta. Y te conviertes en alguien que vive el día a día valorándolo al máximo. Me emocionan cosas simples y soy feliz desempeñando cosas que para la mayoría pasan inadvertidas. Yo miro con otros ojos. Quizás más profundos, aunque muchas veces menos abiertos ya que el dolor también nos nubla de un modo especial.
Y llegas a tus 30 años sabiendo que te espera una vida más complicada puesto que no eres una adolescente que puede mirar el mundo de mil maneras para luego quedarse con la que más se siente a gusto. La vida se va cerrando de un modo metafórico. Debes tomar decisiones. No es tiempo de pensar y darle vueltas, sino de actuar.
Y tú, por mucho que le pongas ganas a eso de vivir y realizar los planes que todo el mundo hace sin pestañear, te ves envuelta en un círculo vicioso del que intuyes, pero no sabes al 100% como salir de el.
Uno de esos temas es el de la maternidad. Mientras otros deciden cuando y cómo quieren ser madres. Dicho y hecho!, otros te juzgan porque el carné de identidad dice que superaste los 30, otros porque están deseando ser abuelos. La cuestión es que te gustaría decirles a todos y cada uno de ellos, que he aprendido aún más a valorar la vida puesto que casi nunca sale como esperas. Y eso te da una dosis de humildad, que quizás personalmente no me hacia falta, pero si que donaría un poco a más de uno que no sabe y habla, que no lo ha padecido y juzga, que se ríe creyendo que lo suyo será eterno, cuando afortunadamente o no, la vida casi siempre tiene para todos una de cal y otra de arena.
A partir de ahí, has entendido que la vida te está poniendo a prueba. Quizás debo endurecerme más (me digo a mi misma), quizás me está dotando de aquello que carezco o bien no controlo con gran destreza; la paciencia.
La vida es constancia. Siempre lo he sabido. He de reconocer que he sido constante este último año y medio, que me digo a mi misma que superaré los obstáculos. Pero es cierto que llega momentos en los que no sabes como afrontar las cosas.
Poco a poco voy rodeándome de bebés dulces a los que quiero como si fueran míos propios. Y cuando beso, acaricio, paseo, doy el biberón a uno de ellos, sé que yo soy una madre aún sin serlo, puesto que desde siempre me ha gustado cuidar de todo el mundo. De mis padres cuando estaban enfadados y yo jugaba a hacerles la vida más fácil, a cuidar de mis amigos de una forma que sé que jamás me cuidarán, a ser amable con un extraño y emocionarme a veces cuando obtengo un «gracias» que no espero pero que alegra mi interior.
Soy una mamá sin serlo. Y tener la sensación de tener más que aptitudes de sobra, no hará que llegue antes por más que quiera, desee o anhele.
He aprendido a que tengo que mirar por mí. Sin esperar a que algo me cambie mi forma de ver las cosas.
Estoy aprendiendo a tener paciencia. Liberándome de unos malditos relojes biológicos, de una sociedad que cree que en la vida todo sigue un mismo curso, unas mismas pautas.
Estoy aprendiendo a convertir mi empatía, sensibilidad e intuición en algo valioso. Porque nunca recordaremos de una persona lo qué consiguió, los hijos que tuvo, el éxito que tuvo en su trabajo.
Recordaremos el interior, sus valores, sus sentimientos.
Su alma.
Sigue siendo tú misma.
Con la edad he visto que hay muchas maneras de ser madre, lo que tenga que ser será.
Un abrazo fuerte y sigue con tus proyectos, haciéndonos la vida más feliz a través de tus fotos, escritura, de tu preciosa mirada.
Pepa
Hubo un tiempo en que mi reloj corría rápido, estaba o creía estar preparada, pero todo se torció. La pareja se rompió. El tiempo ha pasado desde entonces. Pero aprendí que será lo que tenga que ser. Ya casi rondando los 40 mi tiempo se puede decir que ha pasado. Pero no lo echo de menos. Ahora tengo un sobrino gordote que me permite ser madre, como dices, de otra forma. Valoro eso. Y lo disfruto. Volver la vista atrás y obsesionarme…no merece la pena. Hay que vivir cada momento, cada decisión y no arrepentirse jamás.
Sigue siendo tú.