Septiembre es una realidad,
aunque nunca como ahora la había sentido tan real. Los que me conocéis sabéis que Septiembre es un mes esperado para mi. Aunque siga haciendo calor, podamos seguir durmiendo sin edredón y zambullirnos en el mar, lo cierto es que marca la «finalización» del Verano. Para mi es así, empiezo a notar como mis neuronas poco a poco van despertando, la idea de un Otoño cercano me hace esbozar más de una sonrisa. Si, no lo voy a negar. Me hace feliz.
Siempre he dicho que mis comienzos de año suceden en Septiembre. Época de cambios, de nuevos comienzos, en mi caso va muy arraigada a la etapa escolar. Era una de esas niñas extrañas que deseaba terminar el Verano para ahogarme en cuadernos con olor a nuevo, bolígrafos llenos de tinta y una agenda con todo un año nuevo por completar.
Paradójicamente, y sin pedirlo, mi hijo nació en Septiembre, las celebraciones de su cumple ( que me tomo muy en serio, suceden en este mes), y también los cambios ahora para él. Porque yo ya crecí, superé todo ello. Y ahora tengo que vivir ese comienzo a través de mi hijo. Sin saber si será como yo, sin saber cuánto tiempo necesitará para acoplarse.
Y empecé a sentir estrés.
Estrés como madre que quiere que su hijo viva ese comienzo lo más apacible posible. Tranquilizarlo, prepararlo, pero entre medias, Septiembre se presenta lleno de celebraciones, de compromisos, de tener que hacer malabarismos para que todo concuerde, para que todo pase del mejor modo.
El otro día salí de la reunión del cole abrumada. Creo que no esperaba sentir eso. Saber que Nico va a comenzar una nueva etapa, la escolar, en mi colegio, en el pueblo donde vivimos, en el que adoras su metodología, es un sueño y lo había visto de este modo hasta que ayer me di de bruces con tanta información, tantos padres, tantos niños, tantas cosas…
Y salí con la respiración agitada, sin poder concentrarme, de repente noté un bajón en todos los sentidos. Y sentir que tenía que seguir como si nada, al mismo ritmo, al de mi hijo, da igual lo cansada que estuviera, todo ello me hizo volver al pensamiento de que no dispongo de tiempo «real» para mi.
Lo sé, no soy la única madre, pero llevo meses postergando desde un tonto baño con sales en mi propia casa, o ir a un fisio para descontracturar todos estos dolores que acumulo a causa del estrés. O escaparme sola de compras y llevarme un jersey de nueva temporada o sacar tiempo de noche para leer unas páginas antes de dormir.
Simples hechos que no veo la hora de comenzar, de no tener ni idea de cómo puedo robarle minutos al reloj. Si no es el cole, son otros acontecimientos. Creo que todo ayuda a que se intensifique el sentirme abrumada, siempre yendo a todo correr bajo una pendiente y sin frenos.
Me encanta ser madre y la mamá de Nico. Me encanta cuidar de mi hogar, alimentar a mi familia, no es fruto de una educación machista, me gusta, me encantan las rutinas, disfrutar de las pequeñas cosas que suceden ante mí cada día desde que me levanto hasta que me acuesto. Pero siento que lucho (desde que soy madre) por conseguir ese «equilibrio» que no llega y a veces, tan solo a veces, rozo por momentos.
Cuánta contradicción. Querer ser la mejor madre para tu hijo y a la vez necesitar sentir algo que te dé ese minuto de descanso, de bajar la guardia.
Te quiero, Septiembre,
pero quiero vivirte más pausadamente.
Ayúdame.
Sí Lorena, no sabes cuánto entiendo tus palabras, yo estoy igual. Siento que no llego a todo lo que me gustaría llegar, que vivo corriendo de un lado a otro sin poder disfrutar del “aquí y ahora” como me gustaría y qué sigo con prisas aun cuando no las tengo. Espero que poco a poco todo se vaya calmando y poder recuperar ese equilibrio que comentas y qué tan difícil es de conseguir en el día a día.