Hemos vuelto de nuestra escapada rural.
Y más allá de las cosas cotidianas, el seguir sin dormir, las pataletas de un niño de 17 meses poniendo a prueba nuestra paciencia, el irme con una leve tos y acabar con un catarro intenso que nos hemos pegado entre si y nos traemos de vuelta…
Aparte de esas cosas, me ha dado tiempo para «parar» y ver todo mi alrededor con esa pizca de energía que necesitaba y sobretodo, volver a conectar con la naturaleza a través de mi cámara. Sin prisas, sin proyectos en mente que al final nunca llevo a cabo.
Ese «parar» y volver a recordar lo bueno de la vida. Este lugar, o la naturaleza, nunca dejó de serme fiel. Jamás me abandonó. Los que cambiamos somos nosotros mismos.
Yo había cambiado, a la Lorena de ahora le costaba ver el mundo como siempre lo solía ver. De esa forma tan particular, que lograba inspirarme en mis momentos menos buenos. Estrés, otras prioridades, abandonar mi parte creativa, no sé, llámese lo que quiera llamarse.
Me ha encantado volver a reencontrarme con sensaciones, lugares favoritos, fotografías y olores.
Y con él,
con quien empezó todo…